Sexteo o sexting: ciberamistades peligrosas

Sexting es un anglicismo que deriva de la contracción de los términos ingleses sex y texting. En castellano puede denominarse sexteo o sextear, y consiste en el envío de mensajes de texto, fotos o vídeos -generalmente a través del móvil- con contenido erótico y/o pornográfico explícito.

sexteo

Nuestra recomendación es mantener vigilados y alejados a los menores de edad de estas prácticas, pues cada vez son un hábito más frecuente en estas personas incapaces de entender su significado y consecuencias.

A nuestro parecer, como en el resto de prácticas cibersexuales, sólo debería practicarse dentro del contexto de matrimonio o pareja estable comprometida, sin incluir a terceros y con todas las precauciones necesarias para preservar la intimidad. Con este tipo de condiciones podría aprovecharse para avivar la pasión, en función de las características y gustos de los congéneres. A continuación exponemos el relato de una historia real sobre los peligros que puede suponer el sexteo.

La casada y su ciberamigo para sexteo

En sus cinco años de matrimonio, Susana y Luis habían formado una familia muy bien avenida. Disfrutaban viendo crecer bien a su hija única, y disfrutaban de una situación social y económica estable y satisfactoria. La crianza de la niña y las labores del hogar ocupaban la vida de la fiel esposa de 37 años de edad. Un trabajo de oficina bien remunerado y con posibilidades de promoción constituía la principal actividad de Luis de lunes a viernes. El fin de semana era aprovechado por la pareja para descansar y disfrutar de una vida social sin excesos.

La sexualidad matrimonial había sido satisfactoria y dentro de los límites de lo convencional hasta cuatro meses antes de la visita del matrimonio a la consulta médica. Durante aquel intervalo, Luis había propuesto a Susana la realización de una fantasía añorada por él desde hacía bastante tiempo.

A Luis le encantaba tener una mujer atractiva y mirada por los hombres. Según él, este hecho había sido el origen de su capricho, el cual consistía en observar cómo otros varones se excitaban mientras eran provocados por su cónyuge.

Un amigo suyo le habló del sexteo, una moderna modalidad que le hizo concebir la idea que propuso a Susana. Al principio, ella se negó, pero debido a la insistencia de su marido y a la curiosidad, finalmente accedió a probar la fantasía. Para ello, compraron una webcam y comenzaron a entrar en los chats más frecuentados de Internet.

Se asombraron de la facilidad para encontrar varones que deseasen entablar una conversación erótica con Susana y a la vez, desinhibirse a la hora de enseñar sus partes íntimas a través de la cámara. La mayoría eran muchachos jóvenes, y la pareja podía permitirse elegir cada noche de “juego”, al que les pareciese más atractivo.

Los sábados por la noche, una vez que la niña se dormía, adoptaron el hábito de entrar al dominio de chats más concurrido de Internet para engatusar con los encantos de Susana a algún varón dispuesto a realizar cibersexo, al creerse convencido de estar seduciendo a una atractiva mujer casada.

Cuando el “juego” comenzaba, Luis permanecía fuera de la vista de la cámara presenciando lo que para él suponía un espectáculo erótico. El pasatiempo terminaba cuando el matrimonio estaba muy excitado o cuando el embaucado alcanzaba un orgasmo “en vivo y en directo”.

Si bien al principio Susana se tomó estas “aventuras” con recelo, al poco de llevar unas cuantas sesiones empezó a cogerles el gusto, no sólo por el hecho de sentirse y verse deseada por un gran número de hombres, sino también porque esto había animado la vida sexual del matrimonio dotándola de unas dosis de morbo y erotismo desconocidas por ella hasta el momento.

Transcurridas varias semanas tras el descubrimiento, se dispusieron Luis y Susana a poner en marcha su engañoso juego otro sábado más. Aquella noche tardaron menos de lo habitual en encontrar a su “presa”.

En poco tiempo, se encontró Susana charlando con un simpático varón que rondaba la treintena y le resultaba tremendamente atractivo. A diferencia de otras ocasiones, y ante la impávida presencia de Luis, mantuvieron una larga y amena conversación aderezada con ligeros toques seductivos.

Cuando empezó el erotismo, el marido observó desconcertado que su esposa se estaba involucrando más de lo normal, alcanzándose un clima de mutua pasión donde su papel era de mero espectador.

Susana incluso aceptó la petición del joven y se puso un vestido de noche con amplio escote. En un momento de ardor, donde Luis corroboró que su presencia estaba siendo ignorada, los celos le llevaron a pedirle a su esposa que diese por finalizado el espectáculo.

Susana aceptó con desgana y el matrimonio se fue directamente a hacer el amor. A diferencia de otras veladas, el comportamiento fogoso en extremo de su esposa aquella noche en la cama, rayando incluso lo salvaje, sumió al asombrado marido en la pesadumbre, el desconcierto y el desánimo.

El día siguiente, Susana se dirigió al ordenador con la esperanza de coincidir de nuevo con el apuesto joven. Al final del día, tuvo la oportunidad de intercambiar una conversación con él, esta vez sin contenidos eróticos, lo cual no hizo sino aumentar el interés de la mujer casada, quien incluso se planteó citarse con él en persona.

Uno de los días siguientes, pudo coincidir con su amigo de Internet por las mañanas y entre otras cosas, le confesó su creciente enamoramiento y el cambio de carácter apreciado en su cónyuge. La extraña y nueva sensación provocó el llanto de Susana ante el desconcierto del varón, que decidió dejar de sextear con ella.

Pocos días más tarde, la situación se acercó a lo dramático. Luis interceptó un extenso correo dirigido a su esposa de parte del que había sido su “presa”.

En él se reflejaban ciertos detalles sobre los encuentros virtuales mantenidos en su ausencia y los deseos del joven de no perturbar la paz familiar en vista del encaprichamiento de Susana.

ras una agitada discusión con su mujer, en la que primaron los insultos y las descalificaciones, arrancó la cámara del ordenador y la estampó contra el suelo. Aquel fue el inicio de la primera gran crisis matrimonial de la pareja.

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